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viernes, 14 de mayo de 2010

La primera copa


No miento: imaginé el partido tal y como más tarde sucedió. En la prórroga, con un gol agónico. Un triunfo genial. No lo pude ver pero en realidad no hizo falta. Cuando duermes a 10.000 metros de altura, quizá sea más sencillo tener sueños hermosos. Pero no fue un sueño, fue una realidad. Me desperté aterrizando en Kuala Lumpur y encendí mi móvil. Un montón de mensajes me felicitaban, como si yo tuviera algo que ver. Aunque, ¿quién sabe? ¿No dicen que para conseguir algo sólo es necesario soñarlo con todas tus fuerzas?


La próxima copa, desde Jakarta...

domingo, 1 de marzo de 2009

Las pequeñas alegrías

Han pasado ya más de quince años, pero lo recuerdo perfectamente. Era un domingo por la tarde y yo veía en la tele un partido del Atlético de Madrid frente al Barça. Recuerdo la mala leche con la que digerí el hack trick de un genial Romario. Al descanso, perdíamos por 0-3. Un desastre total. O eso parecía. Porque la verdad es que con el Atleti todo es posible. Aquel día, a golpe de fe, los rojiblancos marcaron cuatro goles y remontaron el partido. Fue sensacional, fue una de esas pequeñas alegrías de la vida, como los primeros tragos de una cerveza helada en una cálida noche de verano.

Esta tarde he vuelvo a sentir lo mismo. Reunidos de nuevo en el Vicente Calderón, se enfrentaban los mismos protagonistas, incluidos Abel y Guardiola; el primero no llegó a jugar, pero estuvo en el banquillo, como hoy. El segundo saltó al césped y aunque cuajó un buen partido, también como le ha sucedido hoy, se marchó a casa desolado, porque nuevamente el Atlético le daba la vuelta al encuentro y se llevaban la victoria con idéntico resultado: 4-3. Todo un espectáculo.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Ciao, Javi

Se veía venir. Acabar el año en tercera posición y seguir vivo en todas las competiciones le debió parecer un sueño. ¡Por fin unas vacaciones tranquilas! Pero tras la cuesta de enero, la realidad le despertó de golpe a base de amargas e inesperadas derrotas. Y sus jefes le mandaron a casa. Él lo intentó, todo hay que decirlo, y la verdad es que no lo hizo del todo mal, pero así son las cosas. Otro más a engrosar la lista del INEM. Eso sí, en el caso de Aguirre con un finiquito de un par de kilos para que pueda planear tranquilamente su futuro, con calma, sin tener que pensar en ese asunto tan molesto y prosaico que es el dinero. En fin, el fútbol sigue y sólo me resta desearle suerte a su sustituto, tengo la sensación de que la va a necesitar.

lunes, 27 de octubre de 2008

El fútbol según Hitchcock (II)

Una semana después de la gran interpretación en el Calderón, volvía a la carga el Atlético, esta vez frente al Villarreal y esta vez, el listón estaba alto, muy alto. El público ya lo sabía todo de sorpresas, suspense y finales no aptos para cardíacos. Esta vez había que plantear algo diferente. Y la verdad es que los guionistas estuvieron (casi) a la altura.

Para empezar, tras varias funciones donde el Atlético encajaba un gol en los primeros segundos, optaron por un comienzo diametralmente opuesto. En esta ocasión fue el equipo rojiblanco el que golpeó primero. Con apenas un minuto de partido, una jugada de ensueño y un zapatazo desde la frontal inauguró el marcador. 0-1. Simão sonreía. Sabía que el guión le reservaba aún más protagonismo.

El público se preguntaba: ¿será un espejismo? Pero no, el dominio del Atlético se hacía evidente minuto a minuto y así, tras una gran galopada por la banda, Simão servía a Forlán, y el uruguayo fusilaba a su ex equipo y, como no, lo celebraba por todo lo alto. 0-2. Esta vez no habría suspense, no habría emoción. El partido estaba controlado y la ventaja era suficiente. O eso parecía. Porque los guionistas buscan cualquier excusa para dotar de interés a sus partidos. Y los del Atleti quizá carezcan de otros ingredientes, pero interés lo que se dice interés, lo tienen a raudales. Para reforzar su teoría, obligan a un futbolista a irse al vestuario antes de tiempo. Banega, el joven centrocampista argentino finge un ataque de locura y en el cénit de su actuación, se recorre todo el campo para, a más de setenta metros de su portería noquear a un rival en una situación totalmente intrascendente. Segunda amarilla: el Atlético se queda con diez. El arbitro, esta vez un secundario de lujo, pita el final de la primera parte. Los jugadores enfilan el túnel de vestuarios a repasar el guión. Lo bueno aún está por llegar.

Comienzo del segundo acto. Se abre el telón, pasan un par de minutos y el Villarreal marca. Tal cual. El público no se sorprende esta vez. Se venía venir. El gol era tan obvio como predecible. Un disparo desde 30 metros que Leo Franco deja entrar en su portería descaradamente da comienzo al brutal ataque del submarino amarillo. Un ataque con corazón, cabeza, táctica y técnica. Son buenos jugadores y mejores actores. En los siguientes quince minutos no sólo empatan (Llorente, minuto 51), sino que se ponen por delante (Gonzalo, minuto 58) y hasta consiguen otro gol de ventaja (Rossi, minuto 68). La afición del Atlético busca, impotente, una respuesta a lo que está viendo, mientras el público local disfruta de la remontada sabiendo que ahora sí, el partido les pertenece. Pero si la historia nos ha enseñado algo, es que los del Manzanares son capaces de todo, de lo peor pero también de lo mejor.

Hitchcock lo explica a la perfección: un hombre -el malo- llega a una sala y coloca una bomba bajo una mesa. Se marcha y al poco tiempo, una mujer -la buena- entra en el mismo cuarto, se sienta y empieza a comer, sin saber que hay una bomba a medio metro de ella. El público sufre porque es una acción muy natural alterada por un elemento letal. Así es el Atlético: una bomba de relojería. Porque, a falta de siete minutos para el final, Simão, disfrutando de su papel protagonista, se hace con el balón en el centro del campo y sale disparado hacia la meta rival, se deshace de un par de defensas, encara al portero y le bate con gran habilidad. El campo se queda en silencio. Los jugadores del Villarreal se miran unos a otros con cara de preocupación. Y no es para menos, ya que apenas dos minutos después, una vez más Simão -siempre Simão- se dispone a lanzar una falta desde gran distancia. Balón al área. Todos los jugadores amarillos y rojiblancos reunidos en unos metros. Se respira la tensión. El balón toma altura, sale despacio de las botas del portugués aunque empieza a tomar velocidad según se acerca a la portería. Todos los futbolistas saltan, hay empujones, una nube de cabezas intenta atacar o defender, pero sólo una destaca entre todas, sólo una consigue golpear el cuero. Es Raúl García. Y es gol. Así es el Atlético de Madrid. Y así son sus partidos: una locura.



PD: El desenlace pudo haber sido épico. En los cuatro minutos que aún se disputaron, el Atlético disfrutó de otra ocasión que perfectamente pudo acabar con el tanto de la victoria pero sospecho que el guionista no supo sacar todo el partido a su imaginación. O tal vez su imaginación estaba exhausta tras tantas emociones. Ocho goles, esta vez, fueron suficiente. Habrá que esperar a la próxima función. El espectáculo debe continuar.

domingo, 19 de octubre de 2008

El fútbol según Hitchcock


Evidentemente, lo que sucede en el fútbol no es casual. Es un secreto a voces que existe un pequeño grupo de guionistas que se encargan de planificar y redactar todos los partidos. Los futbolistas y los árbitros -sus protagonistas- se limitan a representar el papel que se les ha encargado. Y nunca pueden salirse del guión, claro está. Para eso les pagan.

Estos guionistas suelen recurrir a las viejas fórmulas del fútbol, a las que saben que funcionan: goles, polémica, expulsiones, cosas así. Pero siempre con una relativa igualdad para que el personal no se mosquee demasiado. A veces ganan unos y a veces otros. Así son las cosas y así se mantiene el equilibrio.

Pero al parecer hay un guionista díscolo; uno que va a su rollo. Un tipo -se rumorea que un gran bebedor- que se salta las normas; dicen que es un enamorado del suspense y lo que es peor: del Real Madrid. Ayer, en el encuentro del Atlético frente a su eterno rival, el muy cabrón se lució. El tío sacó lo más retorcido de su repertorio a relucir. 

Al igual que Alfred Hitchcock aparecía al principio de sus películas -y de forma muy visible- para que los espectadores dejaran de buscarlo en la pantalla y se centraran en la historia, el guionista optó por un gol madrugador -terriblemente madrugador- para que todo el mundo dejara de buscarlo y se centrara en el espectáculo. Muy inteligente.

Al arbitro, otro de los actores principales, el guionista le reserva un papel crucial: es el tipo que parece que va con los americanos pero que en realidad ayuda en secreto a los rusos. Primero anula un par de goles legales al Madrid -dos de cal- y después le saca la tarjeta roja a Perea -una de arena-. Al rato expulsa a Van Nistelrooy -más cal- y finalmente, en el último instante, tras un partido plagado de errores, toma su única decisión acertada y mata a los locales. Cuando todo el mundo pensaba que era el bueno, en realidad era un agente doble.

Tras el gol inicial y las dos expulsiones, el Atleti se lanza a la carga, obvio. La trama está servida. Una y otra vez lo intenta pero no puede. El tiempo pasa y el final parece acercarse. Pero aquí viene la primera parte de la sorpresa. Minuto noventa: una falta en la frontal. Simao toma aire, coge carrera y chuta. El balón se alza, supera con estilo la barrera y se cuela en el fondo de la red. La euforia se despierta, la alegría en el estadio se desata. El Atlético consigue empatar el partido en el último instante. Un buen final para una buena historia de suspense. Pero no para una obra maestra. No a la altura de Hitchcock. Falta una vuelta más, un último giro. El arbitro, quien previamente se había lesionado, añade seis minutos de prórroga. Lo lógico sería ver al equipo local atacando en busca de una victoria épica, pero ocurre todo lo contrario y en el último segundo, en el último suspiro, cuando todo parecía acabado, el arbitro hace sonar su silbato y pita penalti en contra del Atlético. El estadio se queda en silencio a la espera de la sentencia final. Nadie se lo puede creer, pero el guionista no lo duda. Implacable, decide que el portero roce con sus guantes el balón, pero que sea incapaz de evitar el drama final. El balón entra, el partido se acaba, la historia se repite.