lunes, 26 de noviembre de 2012

miércoles, 24 de octubre de 2012

Se vale una canción V

EPÍLOGO: La soledad, en esta madrugada

La soledad, en esta madrugada,
busca una mano que la tenga un poco
para usar el antojo de ya querer marcharse,
para después mirarse desplegando las alas,
como si le nacieran
al canto de una extraña primavera.

La soledad, en esta madrugada,
se hace cortar con estrellas los dientes.
Y así se va, contenta y asustada,
a una ciudad de nueva gente.

La soledad, en esta madrugada,
no sabe más del sueño que un durmiente.
Y mientras va quitándose el vestido,
siente soplar aire de muerte.

La soledad, en esta madrugada,
es una pajarita de la noche
que se posa en la luna y desova sin odio,
tal como es, desnuda. Pero sufre de insomnio,
no se siente segura,
porque desde esta noche ya no es pura.

Silvio Rodríguez.

Se vale una canción IV

ACTO 4: que pase el próximo muerto

El meadero apesta. Hay un cartel en la entrada: que pase el próximo muerto, dice. Siempre pensé que me apuñalarían en un baño. Es algo ridiculo, lo sé. En este caso corro el riesgo de morir por intoxicación así que, por si acaso, me tapo la nariz, respiro por la boca y me largo de allí lo antes posible, cosa difícil porque tengo cientos de chelas que escupir. Juan José se está calentando. Le oigo desde el baño. Se atreve con Sabina. A ver si me sale, dice. "Quién me ha robado el mes de abril". Peor imposible, claro. Regreso, pido otro trago y miro a mi alrededor. Veo borroso. Una chica rubia con una boina negra observa a un tipo de pelo blanco y traje negro. En la escalera hay más gente. Cuadros con luchadores con máscara. ¡Salud! dice Don, mientras se arrastra de nuevo al escenario. No hay aplausos. Calculo su edad. Unos 60 años, pienso. Muy mal llevados. El indio que está a mi lado empieza a fumar mota. Yo antes había fumado en la azotea -subida difícil, bajada imposible- pero claro, el indio es un puto indio. Por la ventana entra viento y dos tipos de sonido: coches -o camiones- y la música del antro al otro lado de la calle. Un lugar infernal, en el mejor de los sentidos. En ese preciso instante me doy cuenta de que Juan José lleva bigote, el muy cabrón tiene un pequeño bigotito. Me fijo cuando pide un aplauso para Don a lo que el publico responde con poco interés. Cada vez veo más borroso. Don se desploma. Juan José se va la barra. El concierto -anunciado como una jam poética- ha terminado. Se acabó la fiesta. Ahora fuma todo el bar. Yo me uno. Suenan los Beatles. La gente empieza a desfilar excepto el gringo chilango que evidentemente está ahí con el único objetivo de cogerse a la güera. El pinche güey se parece un montón a Jimmy Smits. Da un poco de pena aunque la gringa evidentemente no piensa lo mismo y se deja tocar la pierna. Cuando llega la cuenta, él se atraganta y ella se levanta, claramente disgustada. Definitivamente Jimmy da pena. Al final se van juntos. Por fin. Ademas, los muy cabrones tenían el mejor sitio que rápidamente ocupo. Mucho humo por todas partes. Risas. Me presentan a un cubano que confabula contra todos, y mientras él habla, yo escucho atentamente. Tengo la lección muy bien aprendida: saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad.

Se vale una canción III

ACTO 3: La terminal de mi camión

Sorprendentemente, y tras acabar con Lorca, el mexicano del flequillo, las gafas y la guitarra -Juan José, se llama- se arranca con un blues, la terminal de mi camión: "No me he podido consolar desde que mi novia me dejó. No me consuela ni la mota ni las pastas ni el alcohol". Suena bien. "Estoy esperando mi camión en la terminal de (...)". No consigo entender esto último. Una señora entra a vender flores pero no vende ni una. "Yo la trate como a una reina; le di todo mi dinero y le di todo mi amor". Repite el estribillo pero de nuevo soy incapaz de entenderlo. "Quiero que me lleve muy lejos a la chingada de aquí". Una niña pequeña, muy hermosa, también entra a vender flores. Nadie la mira.
Don toca un solo muy flojo. Luego otro peor. Parece borracho. Se tambalea, se le olvidan las notas. Deja la armónica con un suspiro. Juan José coge la guitarra. Parece más compuesto. Don atrapa otra armónica, liquida su trago y vuelve a la carga, ahora con la historia de un obrero emigrante. Entra otro vendedor: 100 pesos manito, dice, y enseña discretamente una bolsa muy grande de marihuana. Un mexicano enorme que está sentado a mi lado la compra y se larga pitando de de allí.
¡Zipolite Beach!, grita Don. Suena Piano Man, de Billy Joel y luego Caminante no hay camino, de Serrat. Juan José, pide más combustible, más vino. ¡Salud! dice Don por novena vez mientras escucha atentamente otro poema de Machado como si en realidad entendiera algo...

martes, 23 de octubre de 2012

Se vale una canción II

ACTO 2: el blues chilango

Sale un gringo al escenario. Cincuentón, tatuado, machacado. Pregunta en español: ¿Se vale una canción? Empieza a hablar de blues. Él lo define como blues chilango. Donald, se llama. Del norte de Chicago. Un mal bicho.

Llega un tipo mexicano con gafas, flequillo y una guitarra. ¿Tengo un micrófono? pregunta Don. ¿Y yo cómo canto güey, si te doy el micro? Responde el otro. Se cruzan miradas de pocos amigos.

Don saca un cable. Le da instrucciones a su guitarra -el cabrón es realmente muy malo-. Éste le pasa un trípode. No necesito, dice Don, moviendo el micro a la vez que su armónica empieza a sonar con la familiaridad de una amante de los viejos tiempos. Este es un blues creado en Zipolite Beach, dice Don en inglés. Y se arranca.

El mexicano del flequillo escucha con atención como gime la armónica y, en cuanto ve la ocasión, se lanza con un poema de García Lorca. Habla despacio, arrastra cada palabra intentando acompasar su voz al ritmo de la música. No lo consigue, claro. Don le mira con cara de no entender nada. De hecho no entiende nada. Y es que Don no habla un carajo de español.

lunes, 22 de octubre de 2012

Se vale una canción I

ACTO 1: La nueva Babel

A la izquierda: gringo chicano. Maduro, borracho. Moreno, mentón republicano, buen pelo. Junto a él, una güera de Los Angeles o de San Diego o de cualquier mierda de sitio de California. Guapa, joven. Ingenua. Rubia.

la derecha, indio oaxaqueño, orejas taladradas, pelo rapado, coleta hasta el culo. Camiseta de tirantes. Nariz indígena. Mirada seria. Buen tipo.

En el escenario: gorda de Nueva York. La peor y más gorda poetisa de todo el continente americano. Recita dos poemas. Dos dramas. Dos huracanes de pestilencia que llenan la sala, uno de ellos acerca de una trivialidad: al parecer la gorda se siente sexy.

El gringo de madre del DF y de padre californiano aplaude cuando ella termina.

Solo él.

La gorda se va.

Es enorme.

Diamonds!


Visiones XIII






Art!



Chess!



Rats!