A la izquierda: gringo chicano. Maduro, borracho. Moreno, mentón republicano, buen pelo. Junto a él, una güera de Los Angeles o de San Diego o de cualquier mierda de sitio de California. Guapa, joven. Ingenua. Rubia.
A la derecha, indio oaxaqueño, orejas taladradas, pelo rapado, coleta hasta el culo. Camiseta de tirantes. Nariz indígena. Mirada seria. Buen tipo.
En el escenario: gorda de Nueva York. La peor y más gorda poetisa de todo el continente americano. Recita dos poemas. Dos dramas. Dos huracanes de pestilencia que llenan la sala, uno de ellos acerca de una trivialidad: al parecer la gorda se siente sexy.
El gringo de madre del DF y de padre californiano aplaude cuando ella termina.
Solo él.
La gorda se va.
Es enorme.
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