ACTO 4: que pase el próximo muerto
El meadero apesta. Hay un cartel en la entrada: que pase el próximo muerto, dice. Siempre pensé que me apuñalarían en un baño. Es algo ridiculo, lo sé. En este caso corro el riesgo de morir por intoxicación así que, por si acaso, me tapo la nariz, respiro por la boca y me largo de allí lo antes posible, cosa difícil porque tengo cientos de chelas que escupir. Juan José se está calentando. Le oigo desde el baño. Se atreve con Sabina. A ver si me sale, dice. "Quién me ha robado el mes de abril". Peor imposible, claro. Regreso, pido otro trago y miro a mi alrededor. Veo borroso. Una chica rubia con una boina negra observa a un tipo de pelo blanco y traje negro. En la escalera hay más gente. Cuadros con luchadores con máscara. ¡Salud! dice Don, mientras se arrastra de nuevo al escenario. No hay aplausos. Calculo su edad. Unos 60 años, pienso. Muy mal llevados. El indio que está a mi lado empieza a fumar mota. Yo antes había fumado en la azotea -subida difícil, bajada imposible- pero claro, el indio es un puto indio. Por la ventana entra viento y dos tipos de sonido: coches -o camiones- y la música del antro al otro lado de la calle. Un lugar infernal, en el mejor de los sentidos. En ese preciso instante me doy cuenta de que Juan José lleva bigote, el muy cabrón tiene un pequeño bigotito. Me fijo cuando pide un aplauso para Don a lo que el publico responde con poco interés. Cada vez veo más borroso. Don se desploma. Juan José se va la barra. El concierto -anunciado como una jam poética- ha terminado. Se acabó la fiesta. Ahora fuma todo el bar. Yo me uno. Suenan los Beatles. La gente empieza a desfilar excepto el gringo chilango que evidentemente está ahí con el único objetivo de cogerse a la güera. El pinche güey se parece un montón a Jimmy Smits. Da un poco de pena aunque la gringa evidentemente no piensa lo mismo y se deja tocar la pierna. Cuando llega la cuenta, él se atraganta y ella se levanta, claramente disgustada. Definitivamente Jimmy da pena. Al final se van juntos. Por fin. Ademas, los muy cabrones tenían el mejor sitio que rápidamente ocupo. Mucho humo por todas partes. Risas. Me presentan a un cubano que confabula contra todos, y mientras él habla, yo escucho atentamente. Tengo la lección muy bien aprendida: saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad.
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