ACTO 2: el blues chilango
Sale un gringo al escenario. Cincuentón, tatuado, machacado. Pregunta en español: ¿Se vale una canción? Empieza a hablar de blues. Él lo define como blues chilango. Donald, se llama. Del norte de Chicago. Un mal bicho.
Llega un tipo mexicano con gafas, flequillo y una guitarra. ¿Tengo un micrófono? pregunta Don. ¿Y yo cómo canto güey, si te doy el micro? Responde el otro. Se cruzan miradas de pocos amigos.
Don saca un cable. Le da instrucciones a su guitarra -el cabrón es realmente muy malo-. Éste le pasa un trípode. No necesito, dice Don, moviendo el micro a la vez que su armónica empieza a sonar con la familiaridad de una amante de los viejos tiempos. Este es un blues creado en Zipolite Beach, dice Don en inglés. Y se arranca.
Sale un gringo al escenario. Cincuentón, tatuado, machacado. Pregunta en español: ¿Se vale una canción? Empieza a hablar de blues. Él lo define como blues chilango. Donald, se llama. Del norte de Chicago. Un mal bicho.
Llega un tipo mexicano con gafas, flequillo y una guitarra. ¿Tengo un micrófono? pregunta Don. ¿Y yo cómo canto güey, si te doy el micro? Responde el otro. Se cruzan miradas de pocos amigos.
Don saca un cable. Le da instrucciones a su guitarra -el cabrón es realmente muy malo-. Éste le pasa un trípode. No necesito, dice Don, moviendo el micro a la vez que su armónica empieza a sonar con la familiaridad de una amante de los viejos tiempos. Este es un blues creado en Zipolite Beach, dice Don en inglés. Y se arranca.
El mexicano del flequillo escucha con atención como gime la armónica y, en cuanto ve la ocasión, se lanza con un poema de García Lorca. Habla despacio, arrastra cada palabra intentando acompasar su voz al ritmo de la música. No lo consigue, claro. Don le mira con cara de no entender nada. De hecho no entiende nada. Y es que Don no habla un carajo de español.
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