ACTO 3: La terminal de mi camión
Sorprendentemente, y tras acabar con Lorca, el mexicano del flequillo, las gafas y la guitarra -Juan José, se llama- se arranca con un blues, la terminal de mi camión: "No me he podido consolar desde que mi novia me dejó. No me consuela ni la mota ni las pastas ni el alcohol". Suena bien. "Estoy esperando mi camión en la terminal de (...)". No consigo entender esto último. Una señora entra a vender flores pero no vende ni una. "Yo la trate como a una reina; le di todo mi dinero y le di todo mi amor". Repite el estribillo pero de nuevo soy incapaz de entenderlo. "Quiero que me lleve muy lejos a la chingada de aquí". Una niña pequeña, muy hermosa, también entra a vender flores. Nadie la mira.
Don toca un solo muy flojo. Luego otro peor. Parece borracho. Se tambalea, se le olvidan las notas. Deja la armónica con un suspiro. Juan José coge la guitarra. Parece más compuesto. Don atrapa otra armónica, liquida su trago y vuelve a la carga, ahora con la historia de un obrero emigrante. Entra otro vendedor: 100 pesos manito, dice, y enseña discretamente una bolsa muy grande de marihuana. Un mexicano enorme que está sentado a mi lado la compra y se larga pitando de de allí.
¡Zipolite Beach!, grita Don. Suena Piano Man, de Billy Joel y luego Caminante no hay camino, de Serrat. Juan José, pide más combustible, más vino. ¡Salud! dice Don por novena vez mientras escucha atentamente otro poema de Machado como si en realidad entendiera algo...
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