Ayer dio comienzo un pequeño torneo de ajedrez al que me he apuntado. La cita era en uno de mis bares favoritos, un tugurio oscuro, con mucho humo y con muy buena música. La primera ronda se jugaba al mejor de tres partidas y a mí me había tocado jugar contra un ruso. Y además de ruso, sordomudo y abstemio, nada menos. Si Danny Boyle hubiera estado allí, seguro que habría escrito un guión para su próxima película.El caso es que no me gusta jugar con rusos al ajedrez -y a casi nada- porque, en general, son super técnicos y les encantan las Kalashnikov. En la antigua Unión Soviética, a los muy cabrones les enseñaban a jugar en la escuela, de pequeños. En cambio, en España, tenemos Educación para la ciudadanía e historias de esas y claro, así nos luce el pelo: seguimos siendo unos vándalos y además no tenemos ni puta idea de jugar al ajedrez. No obstante, esta vez al ruski le tocó morder el polvo. Dos partidas relativamente fáciles y el ruso pa´ Siberia. Y yo, como un Sputnik, a segunda ronda. Veremos qué pasa, aunque no prometo nada. Ya lo decía Lord Byron: La vida es demasiado corta para dedicarse al ajedrez.
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