Hoy he leído la historia de un tipo que decidió convertirse en jugador de póquer profesional. No era nada extraordinario, no había ganado un millón de dólares ni nada parecido. Pero se dedicaba a eso, vaya. Un par de viajes al año a Australia y a Las Vegas para participar en torneos on line y de vuelta a casa a contar los billetes y a seguir jugando. Al parecer, al tío no le va nada mal. Así que, en realidad, si lo piensas un instante, sí que es extraordinario. ¿A qué te dedicas? Juego al póquer. Tiene huevos el asunto.
Lo curioso es que hace un par de semanas, un amigo me habló de dos tipos, dos futbolistas de tercera división que deciden, con veintitrés años, colgar las botas. ¿Por qué? Para jugar al póquer. Y les va razonablemente bien. ¡A unos futbolistas de tercera división! Vamos, no me jodas.
Así que no lo pensé dos veces y me lancé a una página de póquer on line. Una vez allí, y tras estudiarla durante un par de minutos, me decido y hago un ingreso de mil pavos. Vamos a jugar. Le dinámica del Texas hold 'em es muy sencilla. Lo difícil es ganar.
Cada jugador arranca con dos cartas o pocket cards -que nadie más que él puede ver- y se inicia la primera ronda de apuestas. No suele ser superior a los 25 ó 50 dólares. Aquellos que hayan entrado al juego pueden optar a combinar su mano con el flot, consistente en otras tres cartas descubiertas y comunes a todos. Aquí llega un nuevo turno de apuestas. Es una parte importante de la partida, ya que los jugadores pueden empezar a barruntar cosas. Ahora, el olfato, el instinto y la experiencia pueden jugar un papel crucial. En el flot es habitual que las apuestas superen los 100 dólares, así que sólo suelen entran los jugadores que tienen buenas cartas. Una pareja o un proyecto atractivo como mínimo. Eso lo descubrí rápido. La gente no suele farolear. Sospecho que le tienen bastante aprecio a su pasta. Peor para ellos.
Sigue el juego. Los que aún se mantienen con vida, pasan a la siguiente fase, la cuarta calle, en la que se descubre una nueva carta común a todos y a continuación, se vuelve a apostar. Todos aquellos que han llegado hasta aquí suelen ir bastante en serio y apuestan como kamikazes. Básicamente porque si tienen una buena jugada, quieren sacar el máximo dinero posible. Y lo quieren rápido, sin enzarzarse con nadie. Pero si no llevan buenas cartas, se aferran a su última esperanza: buscan, desesperadamente, la suerte. Y la suerte, en realidad, no existe. Existe la buena suerte y la mala suerte, claro, pero no la suerte como tal. Así que a la larga, suelen perder. Pero ellos apuestan. Y así, en la última y definitiva fase, la quinta calle, se destapa la carta final, una vez más, común para todos. Y una vez más, se apuesta. Aquí la gente se lo piensa bastante. La web incluso te ofrece un porcentaje de éxito frente a tus rivales. Así puedes medir tus posibilidades, aunque en realidad todo el pescado está vendido. Lo que sucede a continuación, es lo que siempre ha sucedido: unos se reservan y otros apuestan; unos se rajan y otros se tiran un farol; finalmente, un tipo gana y, a veces, otro tipo, tras una mala decisión, pierde todo lo que tenía. Como la vida misma. Nada nuevo, vaya.
Es un hermoso juego aunque lo malo de las partidas on line, es que, obviamente nadie te ve la cara. Ni tú ves a tus rivales. No hay ojos impenetrables. No hay personalidades. Ni humo, ni tics. Imposible poner cara de póquer. No funciona. Comprobado. Supongo que eso perjudica a los impasibles, a los McQueen y compañía, pero a la hora de la verdad, permite a la gente relajarse y concentrarse exclusivamente en el juego, como en el ajedrez. Yo he disfrutado. He jugado durante un par de horas y he ganado 10.000 dólares. Media hora después, lo había perdido todo. Nunca aprenderé.
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