lunes, 27 de octubre de 2008

El fútbol según Hitchcock (II)

Una semana después de la gran interpretación en el Calderón, volvía a la carga el Atlético, esta vez frente al Villarreal y esta vez, el listón estaba alto, muy alto. El público ya lo sabía todo de sorpresas, suspense y finales no aptos para cardíacos. Esta vez había que plantear algo diferente. Y la verdad es que los guionistas estuvieron (casi) a la altura.

Para empezar, tras varias funciones donde el Atlético encajaba un gol en los primeros segundos, optaron por un comienzo diametralmente opuesto. En esta ocasión fue el equipo rojiblanco el que golpeó primero. Con apenas un minuto de partido, una jugada de ensueño y un zapatazo desde la frontal inauguró el marcador. 0-1. Simão sonreía. Sabía que el guión le reservaba aún más protagonismo.

El público se preguntaba: ¿será un espejismo? Pero no, el dominio del Atlético se hacía evidente minuto a minuto y así, tras una gran galopada por la banda, Simão servía a Forlán, y el uruguayo fusilaba a su ex equipo y, como no, lo celebraba por todo lo alto. 0-2. Esta vez no habría suspense, no habría emoción. El partido estaba controlado y la ventaja era suficiente. O eso parecía. Porque los guionistas buscan cualquier excusa para dotar de interés a sus partidos. Y los del Atleti quizá carezcan de otros ingredientes, pero interés lo que se dice interés, lo tienen a raudales. Para reforzar su teoría, obligan a un futbolista a irse al vestuario antes de tiempo. Banega, el joven centrocampista argentino finge un ataque de locura y en el cénit de su actuación, se recorre todo el campo para, a más de setenta metros de su portería noquear a un rival en una situación totalmente intrascendente. Segunda amarilla: el Atlético se queda con diez. El arbitro, esta vez un secundario de lujo, pita el final de la primera parte. Los jugadores enfilan el túnel de vestuarios a repasar el guión. Lo bueno aún está por llegar.

Comienzo del segundo acto. Se abre el telón, pasan un par de minutos y el Villarreal marca. Tal cual. El público no se sorprende esta vez. Se venía venir. El gol era tan obvio como predecible. Un disparo desde 30 metros que Leo Franco deja entrar en su portería descaradamente da comienzo al brutal ataque del submarino amarillo. Un ataque con corazón, cabeza, táctica y técnica. Son buenos jugadores y mejores actores. En los siguientes quince minutos no sólo empatan (Llorente, minuto 51), sino que se ponen por delante (Gonzalo, minuto 58) y hasta consiguen otro gol de ventaja (Rossi, minuto 68). La afición del Atlético busca, impotente, una respuesta a lo que está viendo, mientras el público local disfruta de la remontada sabiendo que ahora sí, el partido les pertenece. Pero si la historia nos ha enseñado algo, es que los del Manzanares son capaces de todo, de lo peor pero también de lo mejor.

Hitchcock lo explica a la perfección: un hombre -el malo- llega a una sala y coloca una bomba bajo una mesa. Se marcha y al poco tiempo, una mujer -la buena- entra en el mismo cuarto, se sienta y empieza a comer, sin saber que hay una bomba a medio metro de ella. El público sufre porque es una acción muy natural alterada por un elemento letal. Así es el Atlético: una bomba de relojería. Porque, a falta de siete minutos para el final, Simão, disfrutando de su papel protagonista, se hace con el balón en el centro del campo y sale disparado hacia la meta rival, se deshace de un par de defensas, encara al portero y le bate con gran habilidad. El campo se queda en silencio. Los jugadores del Villarreal se miran unos a otros con cara de preocupación. Y no es para menos, ya que apenas dos minutos después, una vez más Simão -siempre Simão- se dispone a lanzar una falta desde gran distancia. Balón al área. Todos los jugadores amarillos y rojiblancos reunidos en unos metros. Se respira la tensión. El balón toma altura, sale despacio de las botas del portugués aunque empieza a tomar velocidad según se acerca a la portería. Todos los futbolistas saltan, hay empujones, una nube de cabezas intenta atacar o defender, pero sólo una destaca entre todas, sólo una consigue golpear el cuero. Es Raúl García. Y es gol. Así es el Atlético de Madrid. Y así son sus partidos: una locura.



PD: El desenlace pudo haber sido épico. En los cuatro minutos que aún se disputaron, el Atlético disfrutó de otra ocasión que perfectamente pudo acabar con el tanto de la victoria pero sospecho que el guionista no supo sacar todo el partido a su imaginación. O tal vez su imaginación estaba exhausta tras tantas emociones. Ocho goles, esta vez, fueron suficiente. Habrá que esperar a la próxima función. El espectáculo debe continuar.

No hay comentarios: