viernes, 30 de mayo de 2008

El robo de El Gato (I parte)


Indy llega a un bar. A un templo. Al templo anteriormente conocido como el templo de El Gato. La música es buena, como casi siempre. Abre las puertas con autoridad. Sube las escaleras. Un par de tipos juegan al billar. El garito está medio desierto, pero la música es buena. Pide un whisky, como de costumbre. El camarero lo sirve y todo, aparentemente, parece normal. Pero de repente aparece un personaje -el encargado-, un tipo grande y feo que se encara con Indy y se entabla el siguiente diálogo:

Encargado: ¿Has venido a devolver el Gato? -dice malhumorado-.
Indy: Claro. ¿Qué gato?

E: El Gato que has robado. ¿Dónde está?
I: ¿Qué gato? -repite-.

E: Sal de mi bar y no vuelvas más. No quiero volver a verte. Y como te vea fuera de aquí -amenaza-, te parto la cara.
I: No sé de qué me hablas -responde Indy mientras apura su trago. Lo primero es lo primero-.

E: Fuera de mi bar -insiste-.
I: Estás muy equivocado -prosigue Indy mientras sigue bebiendo-.

E: No estoy equivocado. Saliste de mi bar con el Gato bajo tu chupa.
I: ¿Qué gato? -miente-.

Se produce un paréntesis. Un par de miradas. La situación se vuelve por momentos más tensa. Otro empleado llega e intenta poner un poco más de presión. No lo consigue.

E: Sal de mi bar. ¡Ahora!

Indy, tranquilamente sigue bebiendo y aún siendo consciente de que está atrapado, prosigue su discurso.

I: No sé de qué me hablas.

Y mira el altar donde antes estaba el Gato. Y sonríe. Y liquida su copa.

E: No te quiero volver a ver aquí. Y como te vuelva a ver -repite- te parto la cara.
I: Ya lo veremos. Pero al margen de eso, estás muy equivocado.

Pero Indy sabe que el encargado no está equivocado. Alguien le ha delatado. El crimen perfecto -reflexiona- implica no dejar testigos. Y él los dejó. Mal asunto.

1 comentario:

Raúl dijo...

jajaja. Te voy a regalar un látigo de piel de toro.