domingo, 30 de noviembre de 2008

La huida (II)

"La fantasía nunca arrastra a la locura; lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos, pero sí los jugadores de ajedrez". Gilbert Keith Chesterton. 


Cuando conocí a Antonio, nunca imaginé lo que sería capaz de hacer algunos meses después. Parecía uno de esos tipos inofensivos, alguien que no mataría ni a una mosca. Era un poco bravucón, es cierto, pero siempre pensé que era de los que no llegaban hasta el final. Me equivoqué.
Nos hicimos amigos poco a poco, fue como beber una botella de Jim Beam tranquilamente, sorbo a sorbo. A veces jugábamos al ajedrez hasta bien entrada la noche en un pequeño y oscuro garito de Malasaña. Él siempre perdía, pero el muy cabrón no dejaba de intentarlo y la verdad es que cada vez me lo ponía más difícil. Hace tiempo, en mitad de una partida se fue al baño a meterse un tiro y yo aproveché para hacer una pequeña trampa: moví mi caballo un escaque a la izquierda, desde C5 a B5, para permitirme poder atacar su torre en el siguiente movimiento. Un poquito más hacia el Oeste, pensé, sonriendo. Cuando regresó, se sentó en el taburete y tras beber un trago lanzó su mirada sobre el tablero. Le observé con atención. No parecía sospechar nada así que me animé: ¡Jaque! Antonio me miró duramente con gesto serio. Entendí que se había dado cuenta. Me había pillado. Discutimos un poco. Tuve que reconocer que había hecho trampas. Coloqué mi caballo en su posición original y continuamos la partida. Gané. Nunca me lo perdonó.
A veces, siempre al mediodía, nos cruzábamos por el barrio. Yo solía ir a hacer fotos por las callejuelas, a esa hora la luz es maravillosa. Antonio, simplemente disfrutaba paseando por ahí. Cuando nos encontrábamos, él siempre sonreía y nos íbamos al bar más cercano a beber cerveza y a charlar sobre mujeres y música. Eran sus temas favoritos. Le gustaban las chicas guapas y las canciones tristes. Tocaba el bajo en un grupo de rock bastante conocido en el mundillo underground de Madrid pero al parecer, las cosas no iban muy bien últimamente. La crisis, solía decir.

- Cada vez hay menos conciertos. El maldito Ayuntamiento está cerrando las salas grandes y las pequeñas no tienen dinero para pagarnos. Las cosas van mal. Muy mal. Hay que hacer algo –decía Antonio visiblemente enfadado.
- Hacer algo, ¿cómo qué? –le preguntaba yo.
- Hacer algo, no lo sé. Pero hay que hacer algo. Tenemos que conseguir pasta de alguna forma. 

Por aquel entonces yo no tenía ni idea de a qué se refería. Y cuando finalmente lo descubrí, ya era demasiado tarde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto tiene buena pinta.