sábado, 29 de noviembre de 2008

La huida (I)

"La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio".
Antoine de Saint-Exupery.


Aún no ha salido el sol, pero ya hay cientos de personas caminando por la Gran Vía. Los coches, como de costumbre, rugen por el asfalto. Un mendigo me pide un cigarrillo. No se lo doy. Hace frío y todo el mundo va muy abrigado. Voy al banco, retiro todo el dinero en efectivo y cojo el metro para ir a la estación de Atocha. Miro a una señora mayor sentada junto a mí. La sonrío y me devuelve una triste sonrisa. Apenas tardo 15 minutos en llegar y una vez allí, descubro, tal y como esperaba, que hay mucha gente así que será fácil pasar desapercibido. Observo a los policías que pasean con sus perros pero afortunadamente no parecen fijarse en mí. Tengo suerte, aún no ha saltado la liebre. Llevo un sombrero oscuro, unas botas de piel y un buen abrigo con mi pasaporte, un iPhone y cinco mil euros en sus bolsillos. Es todo lo que me hace falta. De momento.
Mientras espero mi turno en la larga cola de venta de billetes, pienso en cuál sería el mejor destino. Necesito salir del país discretamente. Y rápido. Sobre todo, muy rápido. Quizá tenga un día o dos antes de que todo salga a la luz. Barajo la posibilidad de ir al sur, a Sevilla o a Cádiz, donde tengo contactos y desde donde me sería muy fácil llegar a África. Aunque tendría que implicar a más personas. No creo que sea una buena idea. No hay que dejar ni rastro. Opto finalmente por comprar un billete a Barcelona, desde allí podré pasar a Francia sin utilizar mi pasaporte. Tengo que acertar. No puedo fallar. Las primeras 24 horas son las únicas 24 horas que cuentan.
El tren llega puntual. Subo por el primer vagón pero me olvido de mi asiento y voy directamente a la cafetería. Cojo El País y con un nudo en la garganta empiezo a pasar las páginas esperando no encontrarme una foto mía y un titular escandaloso acompañándola. Suspiro. Sigo de suerte: no hay ni rastro de lo sucedido. Nadie sabe nada aún. Estoy jodido, pero si no la pifio, todavía tengo una oportunidad. Levanto la mirada del diario y veo a una mujer morena beber tranquilamente un café. Es alta y tiene un bonito pelo. En realidad no es lo que se dice una tía buena pero tiene un cierto atractivo. Está distraída, mirando por la ventana. Parece que tiene la mente en otra cosa, sus ojos la delatan. Me gusta de inmediato pero mi instinto me alerta. Es una mala idea. Sonrío. Tengo la sensación que últimamente sólo tengo malas ideas. Vuelvo a sonreír. Supongo que hay cosas que nunca cambian. Me acerco a ella.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Dónde ibas?

Capitán Haddock dijo...

Rumbo a Oriente.

Anónimo dijo...

¿Llegaste?

Capitán Haddock dijo...

Estoy en camino.

Anónimo dijo...

Cuando llegues, avisa.